domingo, 28 de enero de 2007

MITO IV

EL ÚLTIMO MENÓN

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Escondido entre las sombras, el pequeño de diez años espiaba la conversación entre su padre, el Rey, y otro hombre.
-Tengo un teoría, Majestad -decía el desconocido-.
El rey, molesto, le miraba con odio.
-Una dinastía reinante -decía-, señor mío, según opinamos en la Orden Parmenita, debe aportar a su Estado una de dos condiciones.
Menón IV, hastiado, saborea un trago de vino de la copa que sostiene con la mano derecha.
-¿Y bien, cuales son?-preguntó finalmente-.
-Una Casa Real que quiera mantenerse y mantener su Estado, debe aportar, o bien genialidad en la inestabilidad, o bien estabilidad en la mediocridad.
El monarca arquea una ceja. Nervioso, aprieta el puño izquierdo.
-¡Explíquese! -exclama-.
-Le explico, le explico. Una familia que quiera reinar generación tras generación, debe contar con reyes geniales para un país inestable. Un reino en sucesivas guerras, sublevaciones, conjuras y mentiras, necesita un jefe audaz, fuerte, valeroso, intrépido, inteligente. En definitiva, un genio. Por el contrario, en un país mediocre, pequeño quizás, sin guerras, sin sublevaciones, sin conquistas, sus gentes, sus nobles, sus generales, exigirán al Rey, si bien no una genialidad, al menos estabilidad, para que el Estado siga avanzando, al menos, como está.
-¿Y en qué categoría se supone que me encuentro yo?
El desconocido sonríe. Su sonrisa es macabra, como de otro mundo.
-Señor, usted es un rey mediocre gobernando un imperio inestable, y lo sabe.
Menón, enfurecido, arroja la copa al suelo.
-¿Osas insultarme? ¡Guardias!
El desconocido se abalanza sobre el rey y le cierra la boca con la mano derecha. El pequeño Mithas se asusta y está apunto de escabullirse de entre las sombras para pedir que ayuden a su padre cuando el desconocido le suelta y prosigue el diálogo.
-Está en mis manos, rey Menón, sabe que mi congregación le vigila. ¿Quieres el exilio, la pobreza? Ya hablaremos de todo esto, pero no te consentiré ninguna insolencia.
El desconocido, un hombre alto, más joven que su padre, de tez morena y cabellos oscuros y rizados, sale de la estancia. El rey queda sólo, pensativo.

Mithas era un niño inteligente, que disfrutaba espiando a cualquiera de la corte. Su madre, Olimpia, gustaba de los chismes que el niño oía por todas partes, y en más de una ocasión, el príncipe había ayudado a resolver casos de robos y desapariciones. Conocía todos los rincones de palacio y a todos los que lo poblaban. Desde hacía meses, una extraña organización, llamada "Orden Parmenita", se había afincado en en el Palacio de Apuenea, la capital del reino. Sus padres andaban nerviosos y algunos de sus tíos y primos estaban desapareciendo. Cuando Mithas vio desfilar a los parmenistas, vestidos con túnicas negras, hacia el salón del trono les siguió. Dentro se encontraba su padre hablando con la veintena de parmenitas.
-...¿y si acepto seré rey hasta mi muerte?-oyó Mithas a su padre-.
-Así es, Menón. Como ve, Majestad, es una propuesta razonable.
Menón quedó callado, pensativo. Abrió la boca para añadir algo cuando las puertas de bronce se abrieron de pronto e irrumpió una mujer esbelta, joven, de cabellera castaña y suave, que Mithas conocía muy bien.
-¡Menón, nos han traicionado! ¡No se la des, han asesinado a todos tus hermanos! ¡El palacio está tomado!
El rostro del rey fue invadido por la sorpresa y la ira.
-¿Y a tí qué más te da, Menón? -le espetó el hombre que días atrás le había tapado la boca con la mano-. Recuerda lo que te expliqué, ¿de veras creías que ibamos a dejar vivir a tu familia, a tu prole? Pero eso a tí no te incumbe. Todos tus antecesores sacrificaron a alguien de su familia, conjuraron contra ellos para conseguir que hoy tú estuvieses aquí.
Menón se levantó, furioso, e intetó abalanzarse contra aquel hombre.
-¡Te voy a matar, Agenón!
Al intentarlo, los allí presentes le rodearon y sacaron sendas dagas, y apresaron a Olimpia, la reina.
-Te he propuesto un trato y has aceptado. A cambio de la Llave de Zeus, que nos conferirá el poder a la Orden Parmenita, tú serías nuestro rey hasta tu muerte. ¿Dónde está la llave?
-¡Me prometiste que mi familia viviría! ¡Qué cuando yo dejase este mundo ellos conservarían títulos y riquezas, y que participarían en el gobierno del reino!
Agenón, el líder, rió.
-Resultas muy molesto, ¿sabes? ¡Generación tras generación tu familia sólo ha dado reyezuelos que asesinaron y traicionaron a sus hermanos, padres, madres, esposas e hijos por el poder! Y llegas tú, el último de ellos, y resultas ser todo un moralista. ¿Dónde está la Llave de Zeus?, ¡ya!
Entonces le golpeó en el estómago y Menón cayó de rodillas al suelo, pero no dijo nada. Mithas sentía cada vez más miedo, y quería correr con su madre, pero ésta estaba sujeta por dos hombres.
-Muy bien, Menón, llegó la hora. Te hemos hecho una propuesta que has rechazado. Llevadlo al altar. Y que su esposa la vea todo.
Los otros le obedecieron rápidamente y colocaron al rey en un pequeño altar al fondo de la sala, cerca de donde Mithas se encontraba escondido entre unos muebles y una columna. A los diez minutos, llegaron decenas y decenas de parmenitas, que inundaron la amplia sala de tonos negros.
-Servidores parmenitas, ha llegado la hora. Éste es el Rey, que hoy será torturado, junto con su esposa, hasta que nos revele dónde se encuentra el Tesoro de los Dragones, la Llave de Zeus.
Las torturas, para horror de Mithas, duraron horas hasta que Menón confesó el lugar en el que se escondía el tesoro más valioso de su familia. Dos parmenitas fueron a donde les había indicado el rey y, casi media hora después, llegaron con la preciada pieza. A Agenón le brillaron los ojos de codicia.
Agenón sacó de entre su túnica una gran espada plateada y miró el cuerpo ensagrentado.
-Sólo tenías que haber hecho lo que todos tus antepasados hicieron y ahora seguirías vivo -le susurró-. Parmenitas, nuestra causa llega a su cúspide -se dirigió elevando la voz a los congregados-.
Mithas tuvo que ahogar un grito de terror cuando el arma se clavó en las entrañas de su padre. Agenón alzó la espada ensagrentada, dejando tras de sí el cuerpo sin vida del Rey.
-Hermanos, hemos cumplido nuestro acometido. Desde que en tiempos de Kaltos I descubriésemos el Libro de Parmenio, en el que nuestro Señor nos enseñaba la receta de la inmortalidad y el poder, hemos luchado por acabar con los descendientes podridos de su hermano Menón. Kaltos I exterminó a los descendientes de Parmenio cuando venció a los dragones, hoy nosotros hemos vencido a Kaltos encarnado en la sangre de sus descendientes. He aquí, en esta espada, la sangre del rey Menón IV, hijo de Menón III, nieto de Kaltos III, hijo de Menón II, de Kaltos II, hijo de Epira, hija de Kaltos I, nieto de Menón I, hermano de Parmenio Nuestro Señor. Hoy comienza el Nuevo Imperio bajo la República de los Parmenitas.
Agenón hizo una pausa. Uno de los parmenitas sacó un libro y lo leyó en alto.
-La profecía de Parmenio el Grande nos dice: "Y escribo estas líneas porque sé que la Muerte ha entrado en mi palacio. Y he visto que, muy probablemente, mi amado hermano Menón me asesinará imbuido por ésta y mi ansiada y casi conseguida eternidad morirá conmigo. Pero habrán de saber los que me sigan que hasta que la prole de mi hermano quede extinta por su traición, no volverá la Eternidad a Apuenea y la Muerte será vencida. Por ello, cuando la sangre de Menón el Traidor roce la Llave de Zeus, un tesoro que caerá en manos de sus sucesores, mis seguidores, en mi muerte eterna, se sumirán en el llamado Sueño de Epira, que será una reina descendiente de Menón. Y puesto que no quedará un sólo descendiente de mi hermano, despertarán diez días más tarde en una Apuenea nueva, gloriosa, imperial. Y los precursores de la República Parmenita, los miembros de la Orden, será eternos semidioses y gobernarán el mundo por el resto de los días. Pero guárdense de activar la Llave si la prole de mi hermano no ha muerto, pues el dragón Isdris y sus súbditos resucitarán y les devorarán".
Agenón sostenía en la mano derecha la espada ensagrentada y en la izquierda la Llave de Zeus. Todo el tiempo de espera, años de intrigas, le darían su preciado premio. Generación tras generación, su familia había servido a la Orden. Pero ahora dudaba de que todos los descendientes de Menón hubiesen muerto, ¿estaba seguro? "Sí, de eso ya se han encargado mis hombres. No queda ninguno, estoy seguro". Y entonces tocó con el filo manchado de la espada de la sangre de Menón VI, descendiente directo de Menón I, la Llave de Zeus. La luz inundó la sala y los parmenitas comenzaron a caer al suelo como si de cadáveres se tratasen, sumergiéndose en el Sueño de Epira. Y de pronto, cuando Agenón estaba cayendo en un sueño profundo, cruzó un niño corriendo, yu él le reconoció: era el príncipe Mithas. No habían acabado con la descendencia de Menón. Pero ya era tarde, el pequeño escapó mientras él dormía.

Y Mithas y su madre Olimpia escaparon, aunque ella falleció a los pocos días por las heridas causadas. El pequeño corrió para escapar de Apuenea, donde toda la corte de palacio había quedado dormida en un profundo sueño. Y corrió y corrió por los caminos, y atravesó ciudades y cruzó los bosques hasta que llegó, exhausto, hasta el mar. Y él no lo supo, pero diez días más tarde, los parmenitas despertaron del Sueño de Epira, un sueño magnífico que les devolvería a una realidad aún mejor. Pero no fué así. Cuando Agenón despertó y descubrió, horrorizado, a los dragones, recordó que la descendencia de Menón, el último sucesor, seguía vivo e Isdris y sus dragones habrían de devorarlos a todos. Y les quemaron con sus ardientes alientos a todos. Y destruyeron Apuenea, la ciudad de las mentiras, hasta sus cimientos. Y todos los apuenenses, menos uno, Mithas, murieron devorados por los dragones. Y los dragones reinaron por 40 años, tiempo que sobrevivió Mithas, pues ellos se alimentaban de su vida. Y Mithas olvidó quién era, olvidó dónde había nacido, olvidó quienes fueron sus padres y el traumático sacrificio que había presenciado. Y así se salvó Mithas, puesto que destruida Apuenea, destruida la Orden Parmenita, destruidos sus recuerdos, nadá quedó en Mithas de la sangre que corrompía a su familia. Y así fue que se casó y tuvodos hijos, y que sin saber por qué, les llamó Parmenio y Menón. Pero su historia no volvió a repetirse, porque había quedado libre de la maldición espiral de la miseria. Y fue un hombre sencillo y vivió sencillamente y se salvó y su prole se salvó. Y la conjura y la traición quedaron exiliadas de su sangre.

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