miércoles, 3 de enero de 2007

MITO II

EL PRÍNCIPE Y EL DRAGÓN

Hacia tiempo que Isdris, uno de los cinco Reyes de los Dragones, había muerto en aquella aldea polvorienta de Turquía. Y en cambio, el joven príncipe sabía que no era cierto, que aquel demonio seguía escondido entre aquellas llanuras, guardando los tesoros de su ciudad, habiéndole robado la dignidad a su familia. Mientras su ejército se asentó en la estepa, Kaltos, el príncipe y dos de sus hombres se dirigieron a la aldea. Supo por un viejo del lugar que Isdris se ocultaba en las montañas del Sur, en una enorme caverna y que salía de ella sólo una noche al mes para cazar y beber. El príncipe y sus hombres se dirigieron hasta aquel lugar. Tardaron dos semanas y atravesaron buena parte de la península, pero por fin llegaron a la morada del dragón. Isdris, como todos los de su especie, era un ser avaro y codicioso, cuyos asaltos a las ciudades tenían como única finalidad la de arrebatar sus tesoros y guardarlos celosamente en su caverna. Los hombres acamparon en las cercanías y se dispusieron a esperar que el animal abandonase la cueva. Esto ocurrió al tercer día cuando, en la noche, Isdris salió a alimentarse. No vio a los soldados camuflados entre los arbustos. Para cuando volvió, la mitad de su tesoro había desaparecido. Isdris rugió furioso, golpeó las paredes de la caverna, escupió fuego y se lanzó al vuelo a buscar a los ladrones. Encontró al ejercito de Kaltos dos días más tarde y, habiéndolos acorralado, los devoró uno por uno hasta dejar sólo a su príncipe. Cuando le fue a devorar, el joven se dirigió a él:
-Óyeme, dragón Isdris. Soy Kaltos, hijo de Urdión, hijo de Menón, Rey de Apuenea. Entre mis ropas, entre mis carnes, he escondido gemas, coronas, diamantes y brazaletes. Devórame y al llegar a tu estómago, el oro y la plata se derretirán en tus ardientes entrañas y morirás.
Recordó entonces la bestia que la ciudad de Apuenea había sido una de las últimas que había asaltado, cuando aún el rey Menón la gobernaba. Isdris, inquieto, rugía furioso.
-Puedo matarte sin la necesidad de devorarte -le contestó Isdris-.
-Pero perderías la Llave de Zeus, tu mayor tesoro, que he escondido entre mis ropas y cuyo material es tan frágil que se rompería al menor golpe. Y sabes que esta llave te trae la buena suerte y mantiene cualquier desgracia alejada de ti. Sin ella, caerá pronto sobre ti alguna maldición.
El dragón, ya fuera de sí, comenzó a escupir fuego, rugir, patalear y destrozar cuanto árbol, montaña o animal encontrase.
-¡Devuélvemela!
-¡Si tú devuelves a mi familia lo que nos arrebataste! -le espetó Kaltos-. Hagamos un trato. Hace ya 40 años, atacaste mi ciudad, Apuenea. Era la mejor y más próspera ciudad de Grecia y sus tesoros eran famosos en todo el mundo. Mi abuelo, Menón, el entonces Rey, nada pudo hacer contra tu ejército de dragones y en tan sólo 3 días nos arrebatasteis todo. Acusado por sus súbditos, abandonado por sus ministros, despreciado por sus soldados y sin su hermano Parmenio, fallecido meses antes, Menón y con él toda su familia, hubo de exiliarse. Apuenea perdió todos sus territorios y quedó arruinada. Además, cuando años después robaste la Llave de Zeus, fingiste tu muerte para no tener que compartirla con los otros reyes dragones, por lo que ni mi abuelo y mi padre dieron su fortuna por perdida. Ahora yo te he encontrado.
Isdris clavó su mirada en Kaltos. No había enemigo más peligroso que aquel que durante años, durante generaciones, había acumulado odio.
-¿Y si me niego, humano?, ¿y te sigo hasta que pueda matarte sin dañar la llave?
Kaltos rompió a carcajadas.
-Tenía entendido que tú, Isdris, eras el más inteligente de los dragones, pero no me imaginaba cuán era cierta esta afirmación. Te diré que he ordenado a diez mensajeros que, en caso de no volver a mi casa dentro de dos semanas, se dirijan a Alún, la isla en la que vivís los dragones para advertir a los otros cuatro reyes que conseguiste la fabulosa llave y fingiste tu muerte para no compartirla con ellos. Y entonces te buscarán y te matarán.
Isdris gruñó, sintiéndose acorralado por aquel insignificante, pero astuto humano, que había trazado toda una conjura en su contra.
-De acuerdo, astuto Kaltos. ¿Qué habría yo de hacer, si ya tienes los tesoros de tu familia, para compensarte?
-No quiero los tesoros, son todo tuyos. Sólo guardaré la llave, pare asegurarme que cumplirás tu parte. El trato es éste: formarás parte de mi ejército por cinco años. Tiempo suficiente para que reconforme el imperio que mi abuelo Menón y su hermano Parmenio unificaron y tú destruiste. Después quedarás libre y te devolveré la llave.
-Todo está bien planeado, Kaltos, pero olvidas que si pretendes crear un imperio, pronto llegará a oídos de los Reyes Dragones que sigo vivo y me matarán por haberles traicionado.
-Tú serás su Emperador Supremo, ya está todo planeado.

Y los cinco años transcurrieron victoriosos para el rey Kaltos. El rey y el dragón habían hecho cundir la discordia entre los clanes de dragones y sus reyes, y unos a otros habían ido asesinándose. Tras unos meses, sólo quedaban diez dragones vivos, de los cuales Isdris se convirtió en Emperador. Bajo su gobierno y atendiendo al pacto realizado con Kaltos, éstos se unieron también al ejército del príncipe, que al poco tiempo, y tras asaltar Apuenea, había sido coronado Rey. A partir de ahí, habían conquistado toda Grecia, Anatolia y Egipto. Isdris y Kaltos actuaban y convivían como hermanos, pero en realidad uno esperaba traicionar al otro, el otro esperaba ser traicionado por el uno. Y así llegó el día en que Kaltos reunió a los once dragones para devolver la Llave de Zeus a Isdris que, junto a los dragones, le había ayudado a unificar su imperio. Isdris tenía planeado asesinar a Kaltos y adueñarse todos los tesoros del imperio en cuanto le devolviese la llave, puesto que, siendo el líder supremo, ya no tendría que esconderse para no compartirla, y gobernaría por encima de los otros diez. Lo que no sabía Isdris era que Kaltos se le había adelantado y que, durante todo ese tiempo, había prometido a cada uno de los dragones que la Llave de Zeus sería para cada uno de ellos, por lo que, llegado el día, cada dragón creyó que el Rey les iba a conceder sólo a él la preciada joya que les conferiría el poder de coronarse Emperador. Cuando Kaltos dejó la pieza de finísimo cristal con adornos de oro en el pedestal de piedra que rodeaban los dragones.
-Que el dueño y señor de esta joya se adelante para obtenerla -exclamó Kaltos-.
Habiendo caído en la trampa del Rey, todos se adelantaron creyendo ser los dueños de la pieza. Pronto empezó la discusión que desembocó en una encarnizada lucha por hacerse con la llave. Cuatro días más tarde, los diez dragones habían muerto y sólo Isdris, el más fuerte de ellos, había sobrevivido, quien, exausto y malherido porla batalla, fue abatido por el ejército de Kaltos, dando así muerte al último dragón sobre la Tierra y obteniendo para sí el rey Kaltos la Llave de Zeus y todos los tesoros que durante siglos los dragones habían atesorado en las isla de Alún. Lo que no sabía Kaltos era que la historia se repite, y que su familia, los Señores de Apuenea, estaban condenados a repetirla una y otra vez por generaciones. Todos ellos eran esclavos de la traición, la conjura y la muerte, que campaban por sus palacios y mancillaban sus tesoros y glorias. En este mundo, y en cualesquiera otros, todo lo que se consigue con la traición se acaba perdiendo también por ella.

2 comentarios:

El Cerrajero dijo...

Tus fans exigimos más y más regularidad en las entregas ^_^

El_Hispanico dijo...

¡Vaya! ¿Te gusta en serio? Pues... la verdad es que tengo este blog porque me encanta escribir historias... y bueno... creía que nadie las leía. Pues prometo poner al menos una a la semana, ahora mismo me pongo a hacer otra!

Gracias