martes, 27 de febrero de 2007

DIVAGACIONES I

LA POLILLA

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El chico joven, desgarbado, con aire atontado, se sienta entre los asistentes. Sus cejas arqueadas, su sonrisa casi macabra, le hacen destacar, sólo un poco, del resto de microbióticos insectos que son los allí presentes.

El meeting empieza. Principios de los años 80. Los que allí escuchan al líder socialista, no piensan ni por asomo que aquella larva más, aquel insignificante y asqueroso gusano, se convertirá algún día en algo. Nadie cree que pueda evolucionar. Nadie cree que vaya a prosperar. Se le mira con desprecio, como a un "friky" -raro- más. Se arrebuja en su asiento feliz, embriagado por la felicidad lárvica que proporciona escuchar al líder polilla.

¿Quién se iba a pensar que llegaría a polilla, y más aún, a líder polilla? Pero llega. Ese gusano pestoso, mediocre, plasta, atontado, ignorante, llega a líder polilla. Se cría y alimenta en el más caduco y profundo fascismo comunísticamente de izquierdas, devora el cadaver (como tantos hijos del Martillo y la Oz) de su madre: la Gran Patria Obrera. La Madre Soviética, que pese a haber muerto hace ya 16 años, nos sigue atormentando con hordas de bufones "obreros", que son todos hijos suyos. Pero aquella larva no es como los demás mezquinos hijos de la Rusia de Stalin, ha aprendido bien la lección: bocado a bocado del putrefacto cadáver, traición a traición, se va tegiendo el poder, se va tegiendo el capullo que le convertiá en polilla.

Y así sucede, y evoluciona, y cambia y se transforma, y es una polilla progresista, una polilla imbecilmente republicana, y llega al líder polilla. Y la polilla de esta historia, otrora pestoso y plasta gusano, se convirte en la Polilla Presidente de la Nación. Y la destruye, y devora a todas las demás polillas socialistas. Porque a él no le importa nada. Él es una polilla-bacteria, y está aquí para destruir. El Estado es ahora Él, Él es el Estado. La Nación Española no existe, sólo hay una enorme polilla grisácea, fea, maligna, repugnante en medio de la Península Ibérica, justo en el espacio que ha quedado mientras devora al país rojigualda. Y se llama Zapatera.

El Hispánico

Dedicado al peor Presidente del Gobierno Español de la historia de España, José Luis Rodríguez Zapatero, que nació idiota y, estoy seguro, morirá más idiota aún. Eso sí, mi parte de la Nación, porque la Nación somos todos, no te la comes, ¡jódete, polilla, que mi parte es mía!

viernes, 23 de febrero de 2007

RELATO VI

RECUERDOS DE LA NIÑEZ

El hombre con abrigo negro, de unos 30 años, camina sólo por la calle. Se llama Richard. Es un día de Febrero frío y gris. Caen algunas pequeñas y minúsculas gotitas. Unos minutos después, todo huele a húmedo, a agua, a vida. Richard sonríe.

Richard abre los ojos, un día de Febrero, frío y gris. Tiene 5 o 6 años. Camina de la mano de su abuela, en su pueblo natal. Se dirigen a la casa de sus abuelos. Cuando llegan, unos niños amigos suyos le esperan para jugar. Richard es feliz. Juegan mientras caen algunas pequeñas y minúsculas gotitas. Minutos después, todo huele a húmedo, a agua, a vida. Richard, el Richard pequeño de la memoria del Richard adulto, es feliz. Todo eso es su infancia, su más tierna infancia. Ese recuerdo de la niñez, siempre le embriaga de una tonta felicidad. Siente que cuando era niño, era como un feto, como un mimado feto que se arropa en el cálido útero materno: protegido y alimentado.

¡Plaff! Richard mira hacia abajo, se ha manchado sus zapatos italianos de imitación. Ello le hace despertar en el mundo real. Ya ha llegado a la casa. Es una casa grande, que denota el alto nivel adquisitivo de sus ocupantes. Le abre la puerta la esposa. Es morena, delgada. Muy guapa. Le invita entrar al salón. Un niño de unos 5 o 6 años juega con un avión. A Richard le recuerda a sí mismo a su edad. Llega un hombre moreno, de unos 40.
-¿Qué tal todo, Richard?
Richard no contesta. Sí le devuelve una sonrisa, pero no contesta. Tarda unos segundos más.
-No has pagado al Jefe, Carlos.
No da tiempo a más. Richard saca su revolver y le dispara a la cabeza. Mientras el cadáver cae al suelo, algunos pedazos del cráneo y los sesos se esparraman por los sillones. El niño sale corriendo, pero Richard le dispara por la espalda. Cruza el salón y pasa por encima del cadáver del pequeño. Por la escalera baja la esposa. Richard le dispara en el pecho. Cae muerta. Mientras saca un mechero y, habitación por habitación, desde la planta de arriba hasta el salón, va prendiendo fuego a cortinas, alfombras y cojines, Richard silba una canción de cuando era pequeño. Baja las escaleras y, tras prender la planta baja, abandona la casa ya completamente en llamas. La fina llovizna cae a morir desintegrada en las llamas. Desintegradas como aquella familia. Richard vuelve a rememorar su infancia.

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Mientras Richard abandona la solitaria calle oyendo ya las sirenas a lo lejos, habla en alto consigo mismo.
-Pobre crío... -piensa-. Quizás... No. Sino, el que hubiese acabado muerto hubiese sido yo. El trabajo esel trabajo... Sólo cumplo órdenes. "Los quiero muertos a los tres". Eso es lo que me han dicho. Además, quién sabe, quizá ese niño, de adulto, me hubiese matado a mí.
Richard se para un momento, pensativo.
-"Incluso el niño más dulce, puede llegar a convertirse en un monstruo" -dice para sí-. ¿Dónde he oído eso yo antes?
Vuelve a caminar.
-Quizá conozca la frase porque mi vida es eso: soy un simple crío convertido en un horrible monstruo.
Vuelve a pararse para encender un cigarrillo. Exala el humo.
-Sí, un monstruo, pero qué le vamos a hacer.
Una macabra carcajada rompe el silencio de la tarde.

El Hispánico

viernes, 16 de febrero de 2007

RELATO V

LA CONJURA


Berenidu juguetea con unas llaves mientras, sentado en una vieja butaca, espera a que aparezcan los demás. De entre las paredes, de entre las sombras, de entre el más fino polvo, surge una docena de seres cuasi humanos. Berenidu se dirige a ellos.
-Bienvenidos.
Algunos de los presentes parecen intranquilos, preocupados. Otros, expectantes y otros, ansiosos.
-He dado con la forma de conseguirlo -afirma Berenidu-.
Los aparecidos se miran unos a otros.
-¿Estás seguro? ¿Hay una forma? -pregunta uno de los más escépticos-.
Berenidu asiente.
-Mientes, Berenidu, no hay ninguna fórmula para ello -le espeta otro-.
Berenidu le mira con desprecio.
-A mí, Tarcath, no me acusas tú de mentir.
-Pero Berenidu, lo que dices es imposible, ¡y lo sabes! ¡Vamos, camaradas, sabéis que es imposible que nos convirtamos en humanos, sin Él! -exclama Tarcath-.
Los demás asienten en silencio, dando la razón a Tarcath.
-Sé como engañarle-afirma Berenidu-.
El silencio se apodera de la sala. Nadie habla. Finalmente Tarcath da un paso al frente y se enfrenta con Berenidu.
-¡Blasfemo! ¡Mentiroso! ¡Nadie puede engañarle! ¡Cómo vas a pretender engañar a Dios!
Berenidu se lanza histérico contra Tarcath, mientras unas espléndidas alas negras le surgen de la espalda. Ambos caen al suelo, mientras Berenidu cierra la boca de Tarcath con su poderosa mano.
-Jamás... jamás... vuelvas a repetir su nombre... Si nos oye, nos encontrará y nos destruirá, estúpido -le susurra-.
-Berenidu el Soñador tiene razón.
La voz surca la sala, y las criaturas, que no son otra cosa que ángeles conjurados en contra de Dios, dirigen su mirada hacia un rincón de la sala. En la penumbra, hay un ángel más.
-Cuando fui llamado por Él al terminar mi prueba en la Tierra, mi maestro Marcos, conocido entre nosotros como el arcángel Ergóg me dijo lo siguiente: "Un día, un hombre preguntó a Dios: "¿por qué no llenaste el mundo de ángeles perfectos en vez de humanos pecadores"? Y estoy seguro que Dios le respondió que, precisamente, la virtud del ser humano es el pecado, puesto que ello les hace sentir, vivir, morir. Con el pecado alcanzan la redención y con la redención la pureza, la auténtica pureza."
Los ángeles quedaron de nuevo en silencio. Volvió a hablar Tarcath.
-¿Y qué se supone que significa eso, Paulus?
Paulus (otrora llamado Pablo) sonríe. Berenidu, el líder, finalmente es quien habla.
-Los humanos lo son porque pecan. No hay ni uno sólo de ellos, que no cometa un pecado. Desde su más tierna infancia lo hacen. Paulus me abrió los ojos, camaradas, debemos pecar porque...
Esta vez, le interrumpo otro ángel.
-¿Esa es vuestra brillante idea, Berenidu? ¿Pecar? ¿Nos arriesgamos viniendo aquí para esto?
-¿¡Es que no has escuchado a Paulus, Aesti!? "Con el pecado alcanzan la redención, con la redención la auténtica pureza". Paulus ha descubierto la mejor forma de librarnos de nuestra maldición. No podemos sentir, ni vivir, ni morir. No podemos reír ni cantar. Ni enamorarnos. Ni siquiera de odiar. A mí, además, Él me concedió un don que me corroe, me mata. Es el de soñar. No sabeís lo duro que es soñar. Sueño con lugares magníficos, sueño con personas, con sabores, con dolores, con sentimientos. Soñar es lo que vivimos en la Tierra cuando Él nos probaba. ¡Y miradme!
Berenidu desplega, de nuevo, sus alas negras.
-Me estoy pudriendo, porque esos sueños, que vosotros sólo vivisteis una vez, los vivo yo todo el tiempo. Vosotros nunca dormís, yo lo hago a menudo. Y es horrible despertar y ver que no soy nada. Él hizo al humano a su imagen y semejanza, una copia perfecta, un semidiós en la Tierra. ¿Y qué somos nosotros? ¡Copias! ¡Simples clones! ¡Robots sin sentimientos!
Berenidu se desploma en la vieja butaca y sus alas negras cuelgan a los lados.
-La solución está en pecar -retoma Paulus-. Pero no sirve cualquier cosa, puesto que si fuese un pecado menor o poco importante, simplemente Él nos destruiría. Lo que tenemos que hacer es algo que le vuelva furioso, colérico, que le transforme en un monstruo. Nuestra destrucción será entonces, para Él, demasiado poca cosa y nos catigará a algo horrible. ¿Y qué ocurre con un castigo?
-Que finaliza en una redención...-susurra Tarcath, con los ojos desorbitados-.
-¡Y la redención nos hará humanos! -grita otro ángel-.
Berenidu se levanta.
-Camaradas, éste es el plan.

La Ciudad del Vaticano descansa en la fresca prenumbra de la noche primaveral. El obispo Giuseppe Caggli pasea con dos monaguillos por los pasillos tenebrosos. De pronto se le cruza una sombra. Ante él, un ángel negro, de cabellos negros y mirada profundamente negra le impide el paso. Mientras su garra derecha se clava en su corazón, le susurra al oído.
-Dile que vas de parte de Berenidu.
Los otros dos monaguillos corren la misma suerte. En unos minutos,más de una docena ángeles y arcángeles surcan los cielos del Vaticano. Las personas allí presentes mueren bajos sus ataques. Algunos son arrojados desde los tejados, otros, devorados por los seres enloquezidos con el fín de hacer enfurecer más aún a Dios. Los cadáveres van siendo amontonados en una pila en la Plaza de San Pedro. Los viandantes también son capturados y asesinados.
Mientras, Berenidu, acompañado de Paulus y Tarcath, inspección el palacio. A su paso, caen muertos obispos, criados y cualquier otra persona que se encuentre allí. Buscan al Papa. Van a asesinarle. Y le encuentran. Éste parece no star sorprendido.
-Ayer tuve un sueño -les aclara-.
Paulus, arrogante, le espeta que es su final. Berenidu ríe macabramente.
-¡El representante de Él en la Tierra va a morir devorado por tres criados, tres esclavos, tres súbditos de Dios!
Y le devoran, el arcángel Berenidu y los ángeles Paulus y Tarcath devoran al Santo Padre. Y cae El Vaticano, Roma y parte de Italia. Todas las gentes son asesinadas. Y los doce ángeles, liderados por el arcángel Berenidu se alzan ante Dios arrogantes, y construyen con sus manos la nueva Torre de Babel, una torre de cadáveres, cadáveres de pecaminosos humanos construida por impolutos ángeles cadavéricos. Y los doce ángeles coronan a Berenidu como nuevo Dios. Y los humanos supervivientes son sus esclavos, sus ángeles.
Y Berenidu lo envuelve todo en las sombras, deshace la luz. Hace retirar las aguas y asesina a los animales, las aves y los peces. En definitiva, deshace la creación. Y al séptimo día no descansa, sino que, en lo más alto de la cúpula del Vaticano, aclama a Dios, con sus dos grandes alas negras. Y Dios le oye, y no puede por más esperar. Y, viendo el Demonio que estos ángeles se han sublevado ante Dios, que han tomado y destruido a la Iglesia Católica, aprovecha y manda a su ejército. Y Dios decide esperar 30 días más.

Cae la lluvia mientras Paulus, posado sobre las ruinas de un gran edificio, siente que Berenidu le llama. Se lanza al vuelo y llega en unos minutos. Una tormenta se empieza a formar en el Cielo: Él está furioso. Y de las negras nubes, negras como las maldades de los ángeles conjurados que desean ser mortales, aparece un halo de luz inmenso, poderoso gigante. Los ejércitos del Diablo se preparan. De pronto alguien grita algo, el ángel Aetis, desgarrando su voz, muerto de miedo, grita.
-¡Es Miguel! ¡El arcángel Miguel!
Paulus lo ve con sus propios ojos. A la cabeza del millar de ángeles que cruzan el Cielo dispuestos a luchar, se encuentra Miguel, el Comandante de los Ejércitos de Dios. Vestido de romano, con lanza en mano, con casco griego y con el poderío del más grande e inmortal de los guerreros, mira furioso a los traidores. La batalla no dura mucho, la Serpiente es desterrada, de nuevo, a su madriguera del subsuelo. Los conjurados son capturados y llevados al Reino de los Cielos.

Y allí despierta Paulus, con grilletes en las manos. Y no puede moverse. Berenidu, a su lado, le sonríe. Esta peor que nunca. Sus alas negras están practicamente despellejadas. De su boca cuelga sangre y su mirada denota enfermedad.
-Lo hemos conseguido -le balbucea-.
Y son llevados ante Dios. Y Dios les juzga.
-Vivid en la Tierra, vivid entre los humanos, y morid mientras vivís, pues así lo habéis querido defraudándome. No os voy a destruir, no os voy a mantener como ángeles.
Y los doce ángeles y el arcángel se alegran. Y se sienten dichosos. Y San Miguel les corta las alas con su espada divina y caen a la Tierra desde los Cielos.
-¿Y si morimos en la caída? -pregunta uno de los ángeles-.
-¡No importa! ¡Al menos ya no seremos ángeles! ¡Sentiremos el dolor y al morir subiremos al Cielo, al verdadera Cielo, al paraíso!
Y los ángeles, con la sonrisa en la boca, caen desde el Cielo. Y unos caen sobre tejados y rompen sus tejas y se parten la crisma. Y otros se estampan contra el duro asfalto. Y otros caen al mar y se ahogan. Y mueren, felices mueren... o eso creen. Berenidu despierta en una playa, Paulus en el centro de una ciudad. No están muertos. Ni ninguno de los otros. No mueren. Y se proponen a vivir felices sus nuevas vidas mortales, pero no pueden. No son humanos. No sienten. No son felices, no son desdichados. No son nada. Intentan hacer daño a los humanos para enfurecer a Dios, pero no pueden. Son fantasmas. E inentan volver a los cielos, y no pueden, porque no tienen alas. Los humanos normalmente no podemos verlos, pero en las noches de luna llena, una sombra parece cruzarse y ves un ángel vestido de negro, oculto, confundido atrapado. Vagan en este mundo, que es su condena. Ellos son los ángeles caídos, los que se alzaron contra Dios para engañarle, y fueron ellos los engañados.

El Hispánico

miércoles, 14 de febrero de 2007

EXPERIENCIAS

EL ALLÍ DE LOS SUICIDAS

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Esa noche dormí poco y mal. Me acosté sobre la 1 de la madrugada. Me desperté de pronto, con el trajín de la gente por mi casa. Eran las 8 de la mañana. Mi abuela, casi como un fantasma, deambulaba por el pasillo, amagada, decaída. Mi madre, ojerosa y despeinada, se afanaba en tener la casa presentable. Yo había soñado con él. Iba flotando por el agua, boca abajo. De pronto un hombre le veía y le acercaba a la orilla. Los policías le daban la vuelta. El canal, verde y tranquilo, atravesaba un campo. Iba vestido con la camisa que le ví, la camisa azul de cuadros. Una camisa nueva. Pude ver su rostro, sin vida, con los ojos abiertos como los de un besugo, mirándome, muerto, como un besugo pescado, un besugo sin vida. Un besugo terrorífico. Y yo gritaba. Y me desperté asustado.

Joaquín Cruz Cruz nació el noveno día del noveno mes, del vigesimo noveno año del siglo XX; o lo que es lo mismo, el 9/9/1929. Fue un hombre sencillo, un español como uno más. Emigró de su Badajoz natal para venir a Madrid, como tantos hijos de la Patria, a principios de los 60. Se casó con Juliana y tuvo dos hijas. En realidad, hoy, casi 40 años después de su migración, cuando lo pienso me extraña que él, ese hombre tan de su casa, tan de su tierra, tan de su familia, fuese capaz de dejarlo todo por un futuro mejor.

El último día que le ví, fue el pasado 23 de Agosto de 2006. Había olvidado mis llaves en su casa, y fui a recogerlas. Tenía prisa, me estaban esperando para ir al instituto y ver cuando comenzaban las clases. Le noté algo nervioso, enfadado. Pero él era así, siempre fue muy nervioso. Hablaba sólo y tenía un fuerte carácter. Mue fuí y le dejé allí, sólo. Cuando volví sobre la 1, para comer, estaba discutiendo con Juliana. Por lo de siempre: que tuvo que poner dinero extra para hacer la casa, en la cual vivían él y Juliana, y el hermano y la cuñada de ésta en la planta baja. Me senté en el sofá, molesto porque no me dejaban ver la televisión. Siempre estaban con lo mismo, Joaquín siempre sacaba el tema, y se ponía hecho un demonio, por una tontería de hace 40 años. De pronto me meten en la discusión. Joaquín me pregunta si me parece normal. Me quedo callado. Mis labios se despegan para ponerme a favor de Juliana, para decirle que es un pesado, siempre discutiendo por una tontería de hace 40 años. Abrir los labios para mandarle callar de una santa vez, que nos está dando el día como siempre. Pero algo me hace callar. ¿El qué? No lo sé. Pero de mi boca entreabierta no sale nada. Decido -raro en mí-, callarme, cosa que no podré agradecer a ese "yo" de hace meses, porque sino no me lo podría perdonar. Joaquín dice que se va. Que se va y no vuelve. Juliana le dice que es ya casi la hora de comer. A él le da igual. Se va. Y punto.

Terminé de comer tranquilo, Joaquín solía hacerlo a menudo. Hasta que tuvo cáncer de vejiga (ya curado totalmente), solía irse de Madrid a su pueblo de Badajoz sin avisar a nadie. Pero Juliana estaba preocupada. Y yo, tan tranquilo. Me habían dejado ver la televisión y comer en paz. Jualiana dice que va a llamar a la policía, entonces comprendo que hoy no es un día normal, con una discusión normal. Me ofrezco a llamar a mi madre para buscarle. Son entorno las 16:00 horas. El abrasador sol de Madrid, de un Madrid en pleno Agosto, de un Madrid en plena siesta, hacen que el clima sea axfisiante. Me pregunto dónde puede estar un hombre de casi 77 años en la calle con este calor. Le buscamos. No aparece. Nos vamos a casa y avisamos a Juliana. Ella decide esperar, a ver si vuelve. Pasan las horas, a mi casa ha venido una amiga de mi madre. Pasan toda la tarde hablando. Mi padre viene, nervioso, corriendo. Se cambia de ropa y se marcha. Me dice algo que no entiendo, me dice que "ya me contará, que no me mueva de aquí, que mi madre no se vaya". Yo no entiendo nada. De pronto me acuerdo de Joaquín. Llamo a Juliana. No me lo coge ella, sino la mujer de su hermano Antonio, Dolores.
-No te preocupes, ahora va tu padre. Vosotros no os mováis de allí -me dice Dolores-.
-¿Pero, pasa algo? ¿Tú qué haces ahí? ¿Por qué está mi padre ahí?
-Por nada, ahora va tu padre y te cuenta, no os mováis de ahí.
Cuelgo. La amiga de mi madre se ha ido. Mi madre se pone nerviosa y llama a casa de Juliana. Le dice lo mismo. Se pone aún más nerviosa. ¿Le habrá pasado algo a Joaquín?
Tardan apenas unos minutos que se nos hacen horas, pero finalmente llegan. Antonio, el hermano de Juliana y mi padre. Se encierran en la habitación de mis padres lo tres, mientras yo me quedo en el salón con mis dos hermanos. A los pocos minutos no puedo resistirlo y me acerco a la habitación. Desde el pasillo oigo como llora mi madre. Entro.
-¿Qué pasa?
Mi madre es hija de Joaquín y Juliana. Y yo, lógicamente, soy su nieto. Antonio, mi tío abuelo, tarda en decírmelo.
-Pues que tu abuelo se ha tirado al canal.
Las palabras me impactan como si de una ola, una enorme ola, fría, oscura, gigante, me chocase en el rostro. Comprendo lo evidente, pero aún así, como si fuese estúpido, me atrevo a ponerlo en duda.
-Pero... ¿se ha muerto? -pregunto-.
Ya solo oigo un "pues claro que sí". Me llevo las manos al rostro, no sé por qué, ni nunca lo sabré, pero no lloro, simplemente me tapo el rostro. Tengo la boca abierta y los ojos desorbitados. Y el rostro oculto. Tengo que taparlo, no sé de qué, pero no puedo dejar de taparme el rostro.

Todo lo demás pasó, lentamente, muy rápido. Al día siguiente lo enterramos. Llamamos a la familia de Extremadura. Yo, de negro, repartí la esquelas por toda la ciudad. Algunos me preguntaban: "¿quién ha muerto?". "Mi abuelo". "¿Quién ha muerto?". "Mi abuelo". Y así...

Al día siguiente del entierro fui a ver el canal. Mi abuelo se tiró por donde estña descubierto y fue arrastrado por todo el subsuelo de la ciudad. Su cadaver recorrió 10 km hasta que apareció en la cacera de un pueblo cercano. Tenía magulladuras por todo el cuerpo, se fue chocando por todas las alcantarillas. Mientras mi madre y yo lo buscábamos, él, quizás, estaba muerto, pasando por debajo del coche en el que viajábamos. Terrible.

Dejó las gafas cerca de la orilla, perfectamente colocadas. Por eso sabemos, sin lugar a ninguna duda, que fue un suicidio. Me lo imagino allí, blasfemando (la verdad es que mi abuelo tenía una lengua terrible), gritando, bajo el Sol abrasador, sumergiéndose en las aguas verdes, fangosas, profundas, oscuras, donde tanta gente de este pueblo se ha suicidado. A veces voy allí, hay una barandilla y la corriente se dirige hacia la barandilla. Hay unas cadenas antes de que el agua te conduzca al subsuelo de la ciudad. A veces, cuando estoy allí, me imagino que caigo, que me aferro a las cadenas y siento un miedo atroz.

Mi madre, desde el suicidio de mi abuelo, es muy creyente. Quedó muy afectada, y ha tenido que ir al psicólogo. Cuando peor está la tenemos que tener vigilada, tiene el mismo caracter que mi abuelo, y estaba muy unida. A veces le dan ideas de irse con él. Habla de él constantemente, está obsesionada. En parte no puedo criticarla, yo también. Estoy obsesionado con el suicidio, con la muerte. Puede verse fácilmente en los post de este blog, en la mayoría el suicidio y la muerte son sus protagonistas. Y es que mi madre no habla de otra cosa, sino de que su padre está en el Cielo, de que cuando muera se encontrará con él. Y mis hermanos y primos pequeños también tienen esa esperanza, ya se sabe, a los niños les reconforta saber que sus seres queridos están en el Cielo. Pero sobre todo mi madre, mi atormentada madre. Y muchas veces me asalta la idea, muchas veces creo estar engañándola, creo estar estafandola. ¿Por qué? Porque, según la fé católica, la misma fé católica en la que ella se basa para creer que se reencontrará con su padre, la misma fé católica en la que mi abuelo creía a pies juntillas, la misma fé que se nos ha inculcado a los españoles generación tras generación es clara al respecto. Que no van allí. Que quedan atrapados en su muerte, y no van allí. Que, según sus creencias, ella nunca se reencontrará con él. No, no puedo decírselo. No puedo decirle que los suicidas no van al Cielo.


Dedicado a mi abuelo Joaquín, a mi familia, a mí mismo, protagonistas reales de esta historia.

sábado, 10 de febrero de 2007

RELATO IV

LA INMENSIDAD BLANCA (parte II) [ver primero parte I, abajo]


No abrió los ojos porque aún teniéndolos cerrados, estaban abiertos. No comenzó de nuevo a respirar porque aún estando sus pulmones oprimidos e inutilizados, estaba respirando. No volvió su corazón a latir, pese a que se había parado, retorcido y destrozado, latía. En definitiva, no había vuelto a la vida, pese a haber muerto, puesto que seguía viviendo.
Pablo apareció en la cumbre de una montaña enorme, sembrada por las nieves. Se encontraba en la cúspide del mundo.
-Nunca has vivido. Asúmelo.
La voz de Raul le asaltó de pronto. Pablo se giró y se encontró con un Raul muy distinto. Vestía de blanco. Su cabello ya no estaba revuelto. Su semblante, sonriente.
-¿Dónde estoy? -pregunta Pablo-.
-Estás aquí porque lo sabes. Conoces la respuesta.
-Me encuentro en el más allá, en lo que separa la muerte de la vida, en lo que separa la Tierra del Cielo.
-Así es, Pablo.
-Entonces es cierto, he muerto.
A Raul se le ensombrece el rostro.
-No, Pablo, no has muerto. Nosotros no tenemos la suerte de vivir, y por tanto tampoco de morir.
-¿De qué me hablas?-pregunta Pablo-.
De pronto unas enormes alas blancas surgen de la espalda de Raul. Pablo comprende que su amigo es en realidad un ángel.
-Siempre he tenido envidia de los humanos, ¿sabes? Dios no es tan benévolo con todas sus criaturas. A ellos les da el don de la vida. A nosotros nos martiriza con el sueño de vivir, con un sueño efímero, con una dulce mentira y después nos muestra que en realidad no vivimos, que no tenemos esa suerte, que somos eternamente sus esclavos.
-No te entiendo, Raul, ¿qué me quieres decir?
-Dios creó el Universo, el mundo, y a todos sus seres. Y sus ángeles estamos para servirle. Pere un ángel no es humano, no tiene sentimientos, no tiene vida, no ríe, llora, canta. Tú también eres un ángel, Pablo, nunca has vivido.
Pablo se sobresalta, retrocede.
-¿Qué dices? ¡No, mientes! ¡Pero si yo si he vivido!
El ángel Raul sonríe.
-Pablo, no, no has vivido. Dime ¿cuando fue la última vez que amaste? ¿cuándo fué la última vez que reíste? ¿quiénes fueron tus padres?
Pablo, seguro de conocer estas cosas tan obvias hace memoria. Para su sorpresa no le llega nada a la mente. Cree recordar que se ha enomorado, que por supeusto ha reído, y que lógicamente tiene padres. Pero estos supuestos recuerdos se esfuman en su memoria, como si de un sueño ligero se tratase.
-No te atormentes, no puedes recordarlo porque no lo has vivido. Tu vida ha sido una ligera somnolencia cósmica imbuida por Dios, una prueba. Eras un experimento. Dios nos envía a la Tierra, a vivir una falsa vida. Si descubrimos que no debemos temer a la muerte, pues a partir de ella existiremos, Dios nos da las alas y entonces les servimos como ángeles. Si no, desaparecemos en el vacío del Universo.
Pablo queda cabizbajo, pensativo. De pronto una luz le ilumina, una rayo le atraviesa, un volcán explota en su interior, una maravillosa sensación le invade y las alas le surgen de su espalda. Dos alas puras, blancas, inmensamente blancas. Pero Pablo no ha sentido ninguna de estas sensaciones. Sabe que han atravesado su cuerpo, pero las ha visto pasar de lejos, impasible. Pablo comienza a llorar, defraudado.
-Es un dolor infinito, ¿verdad?-afirma Raul-. No tienes sentimientos ni sensibilidad. Es terrible sentir que te has perdido una sensación maravillosa.
Pablo dice que sí con la cabeza.
-Es nuestro destino, Pablo. Los servidores de Dios estamos condenados a ello. Un día, un hombre preguntó a Dios: "¿por qué no llenaste el mundo de ángeles perfectos en vez de humanos pecadores"? Y estoy seguro que Dios le respondió que, precisamente, la virtud del ser humano es el pecado, puesto que ello les hace sentir, vivir, morir. Con el pecado alcanzan la redención y con la redención la pureza, la auténtica pureza, Pablo.
Raul pasa el brazo por la espalda de Pablo y se acercan al borde de la montaña, dispuestos a alzar el vuelo hacia el Cielo.
-No te preocupes, para tí no existe el miedo. Volarás.
Ambos alzan el vuelo, dirigiéndose hacia Dios, dejando a la Humanidad, a la pecaminosa Humanidad, muy abajo, en la Tierra, pecando, multiplicándose, blasfemando, riéndo, asesinando, muriendo, destruyendo, construyendo y, en definitiva, viviendo, existiendo. Porque no hay más perfecta y feliz existencia que aquella que es imperfecta.
Pablo mira al vacío.
-Raul.
-Qué.
-Ojalá fuese humano.

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El Hispánico

martes, 6 de febrero de 2007

RELATO III

LA INMENSIDAD BLANCA (Parte I, de II)

El funeral del desconocido fue austero y rápido. Tan sólo ellos dos y otras dos mujeres, según supieron Raul y Pablo, la hermana y prima del fallecido, asistían impasibles a las palabras que el sacerdote le dedicaba.
-Insisto, la vida es un sueño -susurra Raul-.
-Y yo te digo que no -le responde, también en susurros, Pablo-.
Comienza a llover.
-Que sí, Pablo, que sí. Todo el mundo, todo lo que nos rodeo, se basa en nuestra percepción. Nada existe.
Pablo va a contestarle cuando les interrumpen las mujeres de negro. Les dan el pésame y mienten asegurando ser amigos del difunto (cuando ni siquiera saben cómo se llama). La hermana parece confortada, creyendo que su hermano tenía algún amigo. Tras quedarse sólos ante la tumba, aún sin identificación, Pablo y Raul fuman un par de pitillos. Son dos jóvenes extravagantes. Dos bohemios licenciados uno en Filosofía y otro en Derecho. Se han conocido hace un par de meses, y ahora, Raul, el filósofo, arrastra a Pablo, el abogado, a divagar sobre ideas existenciales, sobre la vida y la muerte, por lo que suelen visitar algunas defunciones de diversos desconocidos.
-Estoy seguro de que tus tesis son erróneas -retoma Pablo la conversación-, las cosas, el mundo, el universo existe, independientemente de que lo veamos o no.
Raul da un larga calada al cigarrillo. Después exhala el humo.
-Dime, Pablo, ¿hace ruido un árbol al desplomarse en un bosque en el que no viven humanos ni ningún otro animal?
-Claro que sí.
-Pero Pablo, el ruido es una percepción, si nadie oye el ruido, no ha existido. La vida es una percepción, un sueño. Un sueño efímero, además.
-Entonces, según tú, ¿la muerte es lo importante? ¿La muerte es el despertar de esta farsa? ¿Es estúpido, entonces, e incluso contraproducente, intentar evitar la muerte como día a día hacemos los seres humanos?
Raul se sobresalta.
-¡No, no! ¡La vida es lo importante! ¡Hay que huir de la muerte! Pablo mira...
Raul calla.
-Qué -dice Pablo-.
-La muerte es un gran vacío, Pablo, un gran vacío blanco, profundo. Es la oscura claridad. Pero tienes que enfrentarte a ella. A los que no han apreciado su vida les obliga a vagar por la Tierra. Ésa es mi teoría, al menos.
-Bueno Raul, me voy, te veo mañana. Te dejo con tus extrañas teorías existenciales. Adiós.
-Pablo.
-Qué.
-¡Suerte!
-Eres muy raro, Raul, ¿lo sabes verdad?
Pablo se sube a un taxi mientras Raul divisa el coche mientras éste se aleja.
-Al menos lo intenté -susurra para sí Raul-.

Pablo desayuna tostadas y zumo de naranja. La televisión no funciona. Se viste y sale a la calle. Anda varios metros y entonces se da cuenta de que en el horizonte hay algo extraño. No sabe exactamente qué es. Pero hay algo raro. ¿Y el Sol? No está. Ni siquiera se adivina su luz detrás de alguna nube. Hay una especie de niebla que todo lo cubre. Hay edificios que Pablo siempre ve y hoy no. Pablo mira a todos los lados, la gente no se inmuta. Los coches no encienden sus luces, pese a que a Pablo le cuesta ver siquiera a un metro. La niebla es cada vez más espesa. De pronto un edificio es engullido por la niebla. Simplemente queda totalmente blanco, desaparece en la inmensidad blanca. Nadie, excepto Pablo, lo vé. Pablo se acerca. La inmensidad blanca se lo va tragando todo y, de cerca, puede observarse que desintegra todo lo que toca. Los coches se despedazan en piezas, las personas en moléculas. Pablo grita a la gente, pero nadie se da cuenta. Todo el mundo sigue andando al mismo paso, rápido y agobiado, pero normal. Siguen hablando por sus móviles, escuchando sus mp3, paseando a sus perros.
-¿Es que nadie se da cuenta? ¡Corran! ¡Algo raro pasa!-grita-.
Nadie le escucha. No existe. Pablo sale corriendo hasta su casa. Entra y cierra la puerta rápido. Coge rápidamente el móvil y en la agenda pulsa la letra"R". Pero el nombre que busca no está. El número de Raul no está en su móvil. Se decide a ir a buscarlo a su casa, y se da cuenta que ha olvidado su dirección. Sube rápidamente a su habitación y coge una fotografía en la que aparecen Raul y él. Sólo él, Raul no está.
-Esto es una broma... Alguien me está gastando una broma. ¿Quién ha cambiado la foto? ¿Quién ha borrado de mi agenda su número?
Pablo se da cuenta de que nunca ha tenido una foto de Raul y él. Se da cuenta que nunca ha ido a buscarlo a su casa y que nunca ha tenido su número de teléfono. Raul apareció sin más en su vida.
Pablo se asoma por la ventana. La blancura se lo va tragando todo, y cada vez está más cerca. Se da cuenta que lo está rodeando. Pablo se empieza a desquiciar, se atrinchera en su habitación, tras el armario. Al cabo de las horas se asoma: ya no queda ciudad. Sólo está su casa, rodeada de niebla. Abre la puerta para salir y la inmensidad blanca lo sorprende. No hay nada al abrir la puerta, sólo un blanco infinito. "La muerte es un gran vacío, Pablo, un gran vacío blanco". "Suerte".
-Él lo sabía... sabía que me iba a pasar esto. ¿Es esto la muerte?
A Pablo la inmensidad blanca le produce un terrible miedo. Pero entonces comprende que debe de ser su hora. Que su sueño ha llegado a su fín, que hay que afrontar la muerte, que no puede ser un cobarde. Pablo comprende que si huye de la mole blanca, de lo infinito, quedará atrapado en ese mundo, en un mundo corrupto, que su alma se perderá en la inmensidad de la escoria humana de los no-muertos. Pablo se lanza a la blancura.