EL PAÍS DE LOS CIEGOS
Vivía el Pueblo Vaxdinés en las entrañas de la gran montaña Irdión, gobernados, desde hacía milenios, por un inmortal Zar. Eran los ciudadanos del Reino (o Zarinato) de Vaxdín todos ciegos de nacimiento, excepto su citado monarca, que era tuerto.
Gracias al zar Clodeus, los vaxdineses habían podido librarse de las masacres de los dragones, las fieras nocturnas o los mezquinos humanos: debido a su ceguera, durante siglos, había sido aniquilados facilmente.
Llegué un cálido día de verano que, por motivos que no vienen al caso, caí en una de sus profundas grutas cuando atravesaba la Irdión. Era yo un joven de unos 20 años, mercader de profesión. Me recogió uno de esos hombrecillos, negro por la suicidad de las grutas y con ojos siempre cerrados. Todos me hablaron maravillas del Zar. Era él quien, personalmente, les conducía hacia lugares más seguros cuando algún dragón entraba en la montaña a comérselos. Era él quien les daba las instrucciones cuando algún ejército humana se perdía entrelos pasadizos para que los vaxdineses les robasen comida y enseres. Vivían, pues, felices los vaxdineses con su Zar, sabiendo que sin él no estarían vivos y felices.
Clodeo I de Vaxdín era un enanito como los demás, quizás algo más alto y fornido, como es propio de aquellas Casas que tienen por destino ser Reales, y por tanto se alimentan y crían mejor. Su único ojo, el derecho, denotaba inteligencia y sabiduría. Pese a sus 4.798 años de vida, Clodeo era aún joven, los vaxdineses podían vivir hasta 10.000 años.
Celebrose una cena en mi honor y en el del Zar. Comimos, bebimos y cantamos. Y entonces, sucedió. Me levanté con copa en alza y brindé por el monarca.
-Por Su Majestad el Zar.
Aplausos, vítores, vivas al Zar oí.
-Que su brillante e inteligente ojo, el único ojo de Vaxdín, siga iluminándoos por siempre-añadí-.
Esta vez no hubo aplausos, ni vítores, ni nada.
-¿El Zar no es ciego como nosotros?-se oyó-.
-¡No es como nosotros!, ¡impostor! -gritó otro-.
Mientras Clodeo me miraba apenado, comprendí que los vaxdineses no sabían que su rey era tuerto.
No entendí en ese momento y no lo entiendo aún ahora lo que sucedió a continuación. Clodeo fue apresado, como si de un ladrón callejero se tratase. Fue llevado a las mazmorras y yo con él. Me explicó que el Pueblo Vaxdinés, aunque le fuese mal en decirlo, era envidioso y corruptible. Me relató que eran todos ciegos por una maldición de los dioses. Cuando el nació, ni si quiera su madre se dio cuenta de que no era ciego, sino tuerto. Me relató que los dioses le recomendaron no contarlo, pues los vaxdineses no lo entenderían.
Molesto, escuchaba lo que me decía el Zar. Me siguió relatando las bajezas de su pueblo. No me parecía bien que el gobernante de los vaxdineses despotricase así de ellos. Aún así, me decidí a defenderle.
A la mañana siguiente nos llevaron ante el Gobierno Provisional, proclamado la misma tarde del día anterior. Les expliqué que gracias a que Clodeo era tuerto, ellos eran un pueblo fructífero y feliz. Les relaté que ese ojo era de todos, que ese ojo era para el bien de todos. Les recordé lo felices que estaban de su Zar.
-¡Eso era antes de que supiésemos que él era mejor que nosotros!
¿Cómo podían ser tan estúpidos? Clodeo tenía razón: era un pueblo mezquino y envidioso, me daban arcadas sólo de oírles. Simplemente odiaban a Clodeo por ser mejores que ellos, aunque ello les fuese positivo.
El juicio no duró mucho, a Clodeo se le arrancó el ojo y despues fue asesinado por un multitud a golpes. El ojo lo devoraron, ante mi repugnancia, los más altos dignatarios del Gobierno Provional, mientras la plebe arrancaba los órganos del zar muerto y los llevaban a sus casas para cocinarlos. A mi me soltaron y huí despavorido de aquel lugar. No volví a aquella montaña hasta mucho tiempo despues, cuando ya tenía un nieto. Un lugareño me confirmó mis sospechas: todos los vaxdineses habían muerto, presas de las fieras, por su ceguera. Hoy, a mis 80 años, comprendo que no murieron debido a su ceguera física, sino a la mental. Era envidiosos y malvados, como especie, estaban condenados a morir por no aceptar una ley de la naturaleza: que los aventajados lo son por algo.
No aceptaron un Rey Tuerto para un País de Ciegos.
El Hispánico
jueves, 15 de marzo de 2007
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2 comentarios:
Hace poco he aprendido que 'ciegos' en esperanto se dice blinduloj ^_^
¡Coñe! Había nuevo relato y no me había enterado... Genial, Hispánico, como siempre...
No sé a qué te dedicarás cuando vayas a la universidad (si es que esa es tu intención), pero desde luego, tú para las letras vales. Quién sabe, jejeje, a lo mejor estamos asistiendo al avance de lo que luego será un libro editado de mitos y relatos...
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