LA CONJURA
Berenidu juguetea con unas llaves mientras, sentado en una vieja butaca, espera a que aparezcan los demás. De entre las paredes, de entre las sombras, de entre el más fino polvo, surge una docena de seres cuasi humanos. Berenidu se dirige a ellos.
-Bienvenidos.
Algunos de los presentes parecen intranquilos, preocupados. Otros, expectantes y otros, ansiosos.
-He dado con la forma de conseguirlo -afirma Berenidu-.
Los aparecidos se miran unos a otros.
-¿Estás seguro? ¿Hay una forma? -pregunta uno de los más escépticos-.
Berenidu asiente.
-Mientes, Berenidu, no hay ninguna fórmula para ello -le espeta otro-.
Berenidu le mira con desprecio.
-A mí, Tarcath, no me acusas tú de mentir.
-Pero Berenidu, lo que dices es imposible, ¡y lo sabes! ¡Vamos, camaradas, sabéis que es imposible que nos convirtamos en humanos, sin Él! -exclama Tarcath-.
Los demás asienten en silencio, dando la razón a Tarcath.
-Sé como engañarle-afirma Berenidu-.
El silencio se apodera de la sala. Nadie habla. Finalmente Tarcath da un paso al frente y se enfrenta con Berenidu.
-¡Blasfemo! ¡Mentiroso! ¡Nadie puede engañarle! ¡Cómo vas a pretender engañar a Dios!
Berenidu se lanza histérico contra Tarcath, mientras unas espléndidas alas negras le surgen de la espalda. Ambos caen al suelo, mientras Berenidu cierra la boca de Tarcath con su poderosa mano.
-Jamás... jamás... vuelvas a repetir su nombre... Si nos oye, nos encontrará y nos destruirá, estúpido -le susurra-.
-Berenidu el Soñador tiene razón.
La voz surca la sala, y las criaturas, que no son otra cosa que ángeles conjurados en contra de Dios, dirigen su mirada hacia un rincón de la sala. En la penumbra, hay un ángel más.
-Cuando fui llamado por Él al terminar mi prueba en la Tierra, mi maestro Marcos, conocido entre nosotros como el arcángel Ergóg me dijo lo siguiente: "Un día, un hombre preguntó a Dios: "¿por qué no llenaste el mundo de ángeles perfectos en vez de humanos pecadores"? Y estoy seguro que Dios le respondió que, precisamente, la virtud del ser humano es el pecado, puesto que ello les hace sentir, vivir, morir. Con el pecado alcanzan la redención y con la redención la pureza, la auténtica pureza."
Los ángeles quedaron de nuevo en silencio. Volvió a hablar Tarcath.
-¿Y qué se supone que significa eso, Paulus?
Paulus (otrora llamado Pablo) sonríe. Berenidu, el líder, finalmente es quien habla.
-Los humanos lo son porque pecan. No hay ni uno sólo de ellos, que no cometa un pecado. Desde su más tierna infancia lo hacen. Paulus me abrió los ojos, camaradas, debemos pecar porque...
Esta vez, le interrumpo otro ángel.
-¿Esa es vuestra brillante idea, Berenidu? ¿Pecar? ¿Nos arriesgamos viniendo aquí para esto?
-¿¡Es que no has escuchado a Paulus, Aesti!? "Con el pecado alcanzan la redención, con la redención la auténtica pureza". Paulus ha descubierto la mejor forma de librarnos de nuestra maldición. No podemos sentir, ni vivir, ni morir. No podemos reír ni cantar. Ni enamorarnos. Ni siquiera de odiar. A mí, además, Él me concedió un don que me corroe, me mata. Es el de soñar. No sabeís lo duro que es soñar. Sueño con lugares magníficos, sueño con personas, con sabores, con dolores, con sentimientos. Soñar es lo que vivimos en la Tierra cuando Él nos probaba. ¡Y miradme!
Berenidu desplega, de nuevo, sus alas negras.
-Me estoy pudriendo, porque esos sueños, que vosotros sólo vivisteis una vez, los vivo yo todo el tiempo. Vosotros nunca dormís, yo lo hago a menudo. Y es horrible despertar y ver que no soy nada. Él hizo al humano a su imagen y semejanza, una copia perfecta, un semidiós en la Tierra. ¿Y qué somos nosotros? ¡Copias! ¡Simples clones! ¡Robots sin sentimientos!
Berenidu se desploma en la vieja butaca y sus alas negras cuelgan a los lados.
-La solución está en pecar -retoma Paulus-. Pero no sirve cualquier cosa, puesto que si fuese un pecado menor o poco importante, simplemente Él nos destruiría. Lo que tenemos que hacer es algo que le vuelva furioso, colérico, que le transforme en un monstruo. Nuestra destrucción será entonces, para Él, demasiado poca cosa y nos catigará a algo horrible. ¿Y qué ocurre con un castigo?
-Que finaliza en una redención...-susurra Tarcath, con los ojos desorbitados-.
-¡Y la redención nos hará humanos! -grita otro ángel-.
Berenidu se levanta.
-Camaradas, éste es el plan.
La Ciudad del Vaticano descansa en la fresca prenumbra de la noche primaveral. El obispo Giuseppe Caggli pasea con dos monaguillos por los pasillos tenebrosos. De pronto se le cruza una sombra. Ante él, un ángel negro, de cabellos negros y mirada profundamente negra le impide el paso. Mientras su garra derecha se clava en su corazón, le susurra al oído.
-Dile que vas de parte de Berenidu.
Los otros dos monaguillos corren la misma suerte. En unos minutos,más de una docena ángeles y arcángeles surcan los cielos del Vaticano. Las personas allí presentes mueren bajos sus ataques. Algunos son arrojados desde los tejados, otros, devorados por los seres enloquezidos con el fín de hacer enfurecer más aún a Dios. Los cadáveres van siendo amontonados en una pila en la Plaza de San Pedro. Los viandantes también son capturados y asesinados.
Mientras, Berenidu, acompañado de Paulus y Tarcath, inspección el palacio. A su paso, caen muertos obispos, criados y cualquier otra persona que se encuentre allí. Buscan al Papa. Van a asesinarle. Y le encuentran. Éste parece no star sorprendido.
-Ayer tuve un sueño -les aclara-.
Paulus, arrogante, le espeta que es su final. Berenidu ríe macabramente.
-¡El representante de Él en la Tierra va a morir devorado por tres criados, tres esclavos, tres súbditos de Dios!
Y le devoran, el arcángel Berenidu y los ángeles Paulus y Tarcath devoran al Santo Padre. Y cae El Vaticano, Roma y parte de Italia. Todas las gentes son asesinadas. Y los doce ángeles, liderados por el arcángel Berenidu se alzan ante Dios arrogantes, y construyen con sus manos la nueva Torre de Babel, una torre de cadáveres, cadáveres de pecaminosos humanos construida por impolutos ángeles cadavéricos. Y los doce ángeles coronan a Berenidu como nuevo Dios. Y los humanos supervivientes son sus esclavos, sus ángeles.
Y Berenidu lo envuelve todo en las sombras, deshace la luz. Hace retirar las aguas y asesina a los animales, las aves y los peces. En definitiva, deshace la creación. Y al séptimo día no descansa, sino que, en lo más alto de la cúpula del Vaticano, aclama a Dios, con sus dos grandes alas negras. Y Dios le oye, y no puede por más esperar. Y, viendo el Demonio que estos ángeles se han sublevado ante Dios, que han tomado y destruido a la Iglesia Católica, aprovecha y manda a su ejército. Y Dios decide esperar 30 días más.
Cae la lluvia mientras Paulus, posado sobre las ruinas de un gran edificio, siente que Berenidu le llama. Se lanza al vuelo y llega en unos minutos. Una tormenta se empieza a formar en el Cielo: Él está furioso. Y de las negras nubes, negras como las maldades de los ángeles conjurados que desean ser mortales, aparece un halo de luz inmenso, poderoso gigante. Los ejércitos del Diablo se preparan. De pronto alguien grita algo, el ángel Aetis, desgarrando su voz, muerto de miedo, grita.
-¡Es Miguel! ¡El arcángel Miguel!
Paulus lo ve con sus propios ojos. A la cabeza del millar de ángeles que cruzan el Cielo dispuestos a luchar, se encuentra Miguel, el Comandante de los Ejércitos de Dios. Vestido de romano, con lanza en mano, con casco griego y con el poderío del más grande e inmortal de los guerreros, mira furioso a los traidores. La batalla no dura mucho, la Serpiente es desterrada, de nuevo, a su madriguera del subsuelo. Los conjurados son capturados y llevados al Reino de los Cielos.
Y allí despierta Paulus, con grilletes en las manos. Y no puede moverse. Berenidu, a su lado, le sonríe. Esta peor que nunca. Sus alas negras están practicamente despellejadas. De su boca cuelga sangre y su mirada denota enfermedad.
-Lo hemos conseguido -le balbucea-.
Y son llevados ante Dios. Y Dios les juzga.
-Vivid en la Tierra, vivid entre los humanos, y morid mientras vivís, pues así lo habéis querido defraudándome. No os voy a destruir, no os voy a mantener como ángeles.
Y los doce ángeles y el arcángel se alegran. Y se sienten dichosos. Y San Miguel les corta las alas con su espada divina y caen a la Tierra desde los Cielos.
-¿Y si morimos en la caída? -pregunta uno de los ángeles-.
-¡No importa! ¡Al menos ya no seremos ángeles! ¡Sentiremos el dolor y al morir subiremos al Cielo, al verdadera Cielo, al paraíso!
Y los ángeles, con la sonrisa en la boca, caen desde el Cielo. Y unos caen sobre tejados y rompen sus tejas y se parten la crisma. Y otros se estampan contra el duro asfalto. Y otros caen al mar y se ahogan. Y mueren, felices mueren... o eso creen. Berenidu despierta en una playa, Paulus en el centro de una ciudad. No están muertos. Ni ninguno de los otros. No mueren. Y se proponen a vivir felices sus nuevas vidas mortales, pero no pueden. No son humanos. No sienten. No son felices, no son desdichados. No son nada. Intentan hacer daño a los humanos para enfurecer a Dios, pero no pueden. Son fantasmas. E inentan volver a los cielos, y no pueden, porque no tienen alas. Los humanos normalmente no podemos verlos, pero en las noches de luna llena, una sombra parece cruzarse y ves un ángel vestido de negro, oculto, confundido atrapado. Vagan en este mundo, que es su condena. Ellos son los ángeles caídos, los que se alzaron contra Dios para engañarle, y fueron ellos los engañados.
El Hispánico
viernes, 16 de febrero de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
¡Genial el relato, verdaderamente genial! Me gusta mucho la conclusión de la historia, porque a fin de cuentas, convertir a los ángeles en humanos habría sido premiarles y... ¿cómo se puede premiar a alguien que ha perpetrado semejante atentado contra la Creación?
pd. A propósito, la imagen que acompaña este relato es el monumento al Ángel Caído que está en el Retiro, en Madrid, ¿verdad?
buen final, pobres diabos.
saludos
Maya: Sí, es el ángel caído del Retiro de Madrid. ¡Gracias por leerme y dejarme un comentario!
Mundo paralelo: gracias x las molestias de dejarme un comentario ;).
Publicar un comentario